18/4/12

PARA UNA CLINICA BASADA EN LA CLINICA




Carlos Rey
Psicólogo Clínico y psicoanalista. Barcelona.

Artículo publicado en la Revista del Colegio de Psicólogos de Cataluña. Abril-2012.

Libres de grasa ideológica, las ideas que aquí se proponen son como liebres: pura fibra para  huir veloces de cautiverios y servidumbres. Así son los ensayos con los que esta sección celebra llevar ocho años dando la matraca al pensamiento único proponiendo Otras lecturas. Tres de estos  ensayos son potentes críticas al Devocionario de la Salud Mental que utiliza la clínica oficial, esa que en estos lares está regida por la patronal de los grandes proveedores privados de la Sanidad Pública. El cuarto ensayo se presenta como alternativa clínica y ejemplo de que otra práctica (p)sí es posible.

Uno. Veinte profesionales psi del centro y cono sur de América han reunido sus críticas al DSM en un libro de sugerente título: El libro negro de la psicopatología contemporánea. Los psicoanalistas Silvia Frendrik y Alfredo Jerusalinsky son sus compiladores y los que nos lo resumen: «La consigna que nos reunió es analizar las consecuencias de una práctica que considera los signos “objetivos” como datos inequívocos en contraste con el desciframiento y la escucha cuya clave y código se encuentran en el paciente mismo y no en las siglas o las listas de indicadores de un manual. Sólo queda esperar que la fuerza de inercia de la destrucción del sujeto que se practica en la vida contemporánea se detenga al menos en quienes aún se permiten formular dudas y sostener preguntas».

Dos. El ensayo de Christopher Lane La timidez. Cómo la psiquiatría y la industria farmacéutica han convertido emociones cotidianas en enfermedad, ha llegado hasta nosotros precedido de muy buenas críticas y  premios varios, como para provocar  urticaria a cuantos han usado hasta el abuso el seudo-diagnóstico fobia social. En el escrito de aceptación del premio francés a la mejor escritura médica, nos dice: «Deseo que el Premio Prescrire 2010 sirva para llamar la atención sobre las maneras arrogantes, fortuitas y a veces ridículas con las que se aprobaron formalmente 112 trastornos mentales nuevos en 1980. Ese año apareció en los EE.UU. y en el resto del mundo la tercera edición del DSM (…) Al mando del grupo de trabajo del DSM-III, Robert Spitzer despachó los criterios para dos nuevos trastornos en cuestión de un par de minutos. Sorprendidos, incluso sus colegas no podían dar crédito a semejante velocidad. Uno de los participantes contaría después a la revista New Yorker (enero de 2003): “Había muy poca investigación sistemática en lo que hacíamos y mucha de la investigación existente era más bien un batiburrillo -dispersa, inconsistente y ambigua. Pienso que la mayoría de nosotros admitía que la cantidad de ciencia, buena y sólida, sobre la que basábamos nuestras decisiones era bastante escasa”. (…) Lo que mi libro ha conseguido, de un modo que los lectores de los DSM no pudieron hacer, fue juntar las piezas de cuántos de los 112 trastornos llegaron a existir en primer lugar. Como he dicho, tuve acceso y he podido citar libremente toda la correspondencia, documentos y votos que circularon entre bastidores. En los tiempos en los que no existía el correo electrónico y en los que la información crítica no podía eliminarse con pulsar sólo una tecla, estos documentos permitieron a la Asociación Psiquiátrica Norteamericana patologizar comportamientos para los que se han prescrito y se siguen prescribiendo antidepresivos a millones de personas en todo el mundo». 

Tres. Richard Bentall es doctor en Psicología Experimental y licenciado en Filosofía aplicada al Sistema Sanitario (para que luego digan que las humanidades no tienen aplicaciones prácticas). También fue  catedrático de Psicología Clínica en las universidades de Liverpool y Manchester; actualmente lo es en la Universidad de Bangor (Gales). Este autor ha sido premiado en dos ocasiones por la Sociedad Británica de Psicología. En 1989, por su contribución a la Psicología Clínica  y en el 2004, por su libro Madness Explained: Psychosis and Human Nature.

R. Bentall lleva 20 años investigando sobre  la pobreza epistemológica con la que se quiere justificar y validar que la esquizofrenia es una enfermedad mental con marcadores biológico-genéticos, y denunciando, en consecuencia, la facilidad con la que el diagnóstico de esquizofrenia ha pasado de ser una hipótesis provisional a considerarse un axioma, cuando no dogma de fe. (Remito al lector interesado a releer las Otras Lecturas de Febrero-2007, donde se habló del libro Modelos de locura; ensayo en el que este autor critica la pretensión autoritaria de que comulguemos  con ruedas de molino y fraudes varios).

Bentall es noticia hoy por la traducción de su último ensayo Medicalizar la mente, donde nos demuestra que ni con la aplicación tramposa de la estadística se consigue reducir la baja fiabilidad de los diagnósticos que tanto la Academia como los mercados nos venden como científicos. Medicalizar la mente remite tanto a la absurda aplicación del modelo médico al estudio de la mente y al tratamiento del pathos psíquico, como a su consecuencia, es decir, a medicar sin enfermedad. Este autor nos anima a que tengamos un criterio propio, nuestro propio modelo, que es tanto como decir que nos atrevamos a pensar con voz propia y construir teorías agrupadas en una psique-logia de nuestro propio quehacer. Si Bentall se emplea a fondo para demostrarnos que los diagnósticos del DSM no son significativos, es decir,  ni científicos ni clínicos, es para que dejemos de beberle los vientos al modelo médico en general y, en particular, a la psiquiatría biológica. Máxime cuando  -como se nos dice en este ensayo- «en 2005 incluso el presidente de la Asociación Americana de Psiquiatría llegó a lamentar que “como colectivo profesional, hemos permitido que el modelo bio-psico-social se haya convertido en el modelo bio-bio-bio”». Tiene razón, y cada colectivo de profesionales tendrá que hacerse co-responsable de la retallada de lo psico-social en el estudio y tratamiento de lo psíquico.

Los ensayos anteriormente citados coinciden en que fue el liberalismo económico quien favoreció que los neo-kraepelinianos, con el Dr. Robert Spitzer a la cabeza, publicaran en 1980 el DSM-III, y a Mrs. Thatcher y Mr. Reagan bendecir políticamente ese cambio de rumbo. De esos barros, estos lodos. Y vaya por delante que si no se nos hubiera impuesto como criterio único de diagnosis clínica, no estaríamos hablando de este manual que, como dice Bentall,  tiene la apariencia de «menú de un restaurante chino» y «la mayoría de los diagnósticos psiquiátricos son casi tan significativos a nivel científico como los signos del zodíaco».

Por eso es que, como alternativa al reduccionismo biológico que domina las clasificaciones internacionales, propongo al lector interesado el potente ensayo de Fernando Colina, psicopatólogo, alienista del Pisuerga, miembro de la Otra Psiquiatría y jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario Río Hortega de Valladolid. Melancolía y paranoia es el título de este ensayo sobre psicopatología exclusivamente clínica (que ya es triste que se tenga que aclarar que la psicopatología ha de ser clínica); y escrito con una prosa cuidada hasta el mimo. Juzgue el lector lo que digo leyendo el siguiente párrafo en voz alta. «Melancolía y deseo. El síntoma universal, el síntoma por excelencia del gran círculo melancólico, es la tristeza, como la desconfianza es en el eje de la paranoia. El origen de esa tristeza, irremediable y natural, no es otro que la propia condición del deseo. La tristeza es el eco del deseo, su llanto, su sollozo. Todo deseo concluye en placer pero también en insatisfacción y pérdida. Sin el lastre de la tristeza el barco queda mal estibado y se escora con facilidad. Observada desde ese ángulo, la tristeza puede entenderse como la respiración del deseo, la expiración e inspiración con las que se alternan el placer y el dolor. El melancólico, siguiendo este razonamiento, tanto puede representar al hombre fracasado en el deseo como a su héroe y vencedor más audaz».

Ayudado del estudio de los clínicos que nos han precedido y la fenomenología de su propio quehacer clínico, Colina nos propone  pensar la locura como un trastorno único y múltiple -las psicosis: melancolía, paranoia y esquizofrenia- según pongamos el acento en las semejanzas o en las diferencias. Dos, a despegarnos del modelo de las estructuras cerradas y discontinuas a fin de que nos permita pensar las psicosis, también, como eslabones de continuidad. Y tres, a plantearnos la existencia de un denominador común en todas las formas de locura y la supuesta normalidad. Que es tanto como decir que: «Entre psicosis y neurosis no habría  ruptura estructural. (…) Sea como fuere, estas dos opciones diferenciadoras, no estrictamente nosológicas, que estudian las psicosis tanto desde la continuidad como la discontinuidad, desde lo común y lo diferente, vienen a oponerse a la inclinación de entender las distintas psicosis como enfermedades naturales, autónomas y específicas, y, del mismo modo, se enfrentan al intento de homogeneizar todas las expresiones clínicas bajo una dimensión reductora»..., y así aplicar la misma prescripción farmacológica.

A pesar de que «la melancolía posee más de veinticuatro siglos de historia, (…) que es la enfermedad del alma por excelencia» y que «la melancolía y la locura fueron sinónimos durante siglos», hoy, dos siglos después de que Esquirol renegara de la melancolía por considerarla cosa de poetas, y «tras quedar durante un tiempo identificada provisionalmente con la psicosis maníaco-depresiva, se intenta dar a ambas por desaparecidas tras el auge creciente y absurdo de la noción de bipolaridad». Los ensayos que aquí se citan coinciden al denunciar que estos reduccionismos de nuevo cuño, al final, nos están dando más problemas que soluciones, pues incurren en una inflación psicopatológica que se quiere justificar con el concepto de co-morbilidad, «concepto que ilustra perfectamente la pereza del pensamiento psiquiátrico». Como por ejemplo: «el torpe acto de enjuiciar la depresión post-psicótica como el resultado de la mala suerte de quien después de una esquizofrenia contrae otra enfermedad», cuando «tal tristeza no es sino la consecuencia del duelo del delirio y el retorno del psicótico a una inhóspita realidad». Cuestión que ya en 1575 se lo advirtió a la ciencia, el que ha sido elevado a la categoría de patrón de la psicología: Juan Huarte de San Juan. «Que en alguna manera me pesa de haber sanado, porque estando en mi locura vivía en las más altas consideraciones del mundo, y me fingía tan gran señor que no había rey en la tierra que no fuera mi feudatario. Y, que fuese burla y mentira, ¿qué importaba, pues gustaba tanto de ello como si fuera verdad? ¡Harto peor es ahora, que me hallo de veras que soy un pobre paje y que mañana tengo que comenzar a servir a quien, estando en mi enfermedad, no le recibiera por mi lacayo!».

La invidencia científica (esa de «la causalidad biológica y los modelos conductuales que excluyen la dimensión del deseo y el sentido interpretativo de los actos», y que el discurso universitario le ha procurado púlpito y cátedra) ha fracasado en su intento por desterrar la melancolía del discurso clínico, pues la cantidad de trastornos que se ha inventado -que no descubierto- no alcanzan para sustituir su potencial clínico. Ni como psicosis maniaco-depresiva, depresión psicótica, trastorno bipolar psicótico, depresión mayor, trastorno bipolar, depresión bipolar, depresión unipolar, depresión maníaca, trastorno esquizoafectivo, depresión mayor, depresión endógena, depresión reactiva, depresión menor, ni, mucho menos como depresión a secas, se ha conseguido dar gato por liebre. Lo que sí se ha conseguido es crear un movimiento contestatario al pensamiento único, proponiendo el retorno a la clínica y al sentido común, pues no puede ser que se nos venda en congresos y mesas redondas, que las nuevas perspectivas de la depresión consisten en considerarla como una pandemia del siglo XXI. Para pandemia la medicalización de la vida cotidiana, el maniaco «ánimo prescriptor que lo tiñe todo con su prosaico discurso». Colina señala a López Ibor como «precursor ideológico de esta epidemia», al pretender hacer equivalentes la melancolía y la depresión.

En el mejor de los casos, la melancolía -y la tristeza que la distingue- permite el duelo: la elaboración de la pérdida para que el deseo se renueve y la pulsión siga empujando, más allá de que el objeto -o su perdida- pretendan ralentizar o detener su avance. En el peor de los casos, culpable y fiel a su dolor, el melancólico prefiere el objeto perdido a su propia vida. Siguiendo a Freud, el gran valedor de la melancolía en el siglo XX, Colina lo dice así: «detrás y delante de cada deseo hay un duelo. Una pérdida...(...) es melancólico quien no se recupera, es decir, aquel que no es capaz de trasformar la pérdida agobiadora en estimulante falta».

Respecto de la depresión, Colina es contundente: «En sí misma, la depresión no es una enfermedad», por más que insistan «la multitud de guías y protocolos existentes, que confunden más que aclaran y que a menudo tienen más de panfletos ideológicos que de instrumentos útiles. La depresión debe entenderse como un síntoma plural que puede surgir en la totalidad de los procesos psicopatológicos. (…) La depresión es un avatar del deseo y poca cosa más». Otra cosa es que se la quiera utilizar como eufemismo de la melancolía, como sambenito para medicalizar la tristeza ordinaria, o al que desoye el imperativo social y se atreve a levantar el pie del acelerador y el consumismo. Curiosamente, el capitalismo conoce y explota la lógica del deseo, pues, aunque vende felicidad sabe que lo contrario de la tristeza no es la alegría sino la actividad. Consumismo en el discurso capitalista, consumo no racional en el decir de los que tienen las tijeras por el mango, e hiperactividad en el de la invidencia científica. Para Colina el «TDAH debe verse como la reacción infantil a un conflicto que retiene el deseo, y algo similar cabe decir de muchos comportamientos de los llamados trastornos límites de la personalidad en la adolescencia y la edad adulta. (…) En resumidas cuentas, siempre que el deseo está comprometido, la acción se inhibe o intensifica». 

La clínica de los mil matices, como la llama Colina, es aquélla que se abre de orejas a la dinámica o nivel de intensidad del síntoma; cuestión que la aleja del reduccionismo y  diagnosticar a plantilla. La clínica del caso por caso evidencia que no es lo mismo la suspicacia, la desconfianza, la sospecha, la convicción, la creencia, la certeza... que el delirio paranoico propiamente dicho. Esta clínica, que como diría Bentall, considera que las personas se parecen más a las películas que a las fotografías, está mucho más cerca de la condición humana, y su psicopatología es mucho más dinámica  que la de la clínica anglosajona, cuya  pathology equivale a lo que en los idiomas de Europa continental significa anatomía patológica. Así se entiende que la evidence-based medicine, que nuestras facultades de psicología o ingenierías del yo llevan bajo palio..., desprecie el saber que proviene de la clínica, del paciente. La E.B.M. se maneja mejor en la ausencia del sujeto, pues le molesta que se  mueva  o le hable mientras le practica la autopsia.

Y, sin embargo, tal y como nos dijo  Georges Canguilhem en  Lo normal y lo patológico: «En materia de (psico)patología, la primera palabra, históricamente hablando, y la última palabra, lógicamente hablando, le corresponde a la clínica. Ahora bien, la clínica no es una ciencia y nunca será una ciencia, incluso cuando utilice medios cuya eficacia esté cada vez más científicamente garantizada. No existe una patología objetiva. Se pueden describir objetivamente estructuras o comportamientos, pero no puede decirse de ellos que son patológicos refiriéndose a un criterio puramente objetivo. Objetivamente sólo se pueden definir variedades o diferencias, sin valor vital positivo o negativo».   Por eso es que se puede decir bien alto que no existe la normalidad sino lo normativo, es decir,  ideología dominante... que recurre a la Ciencia para legitimarse, con la misma desfachatez que la Ciencia recurre al autoritarismo  para la cuadratura de sus hipótesis y para exigir ser tratada como el único saber posible... y/o permitido.

Pero como nos dijo Antonio Escohotado en el programa de televisión Pienso luego existo: «La ciencia es un mito, en la medida en que nunca puede terminarse. Nunca estará acabada nuestra versión del mundo. Pero esa condición de mítica, en modo alguno reduce su capacidad o su contenido de veracidad, porque su veracidad es la precisión, es decir, hasta qué punto refleja el estado del mundo. Y como naturalmente el mundo ofrece miles de perspectivas, pues miles de perspectivas debe adoptar la ciencia. Lo trágico del pensamiento científico es que, en parte por la profesionalización de los últimos siglo y medio o dos siglos, y en parte por la tendencia natural de los seres humanos a la arrogancia... y al monopolio, pues, lejos de ser una aventura interminable, se constituye como algo que está prácticamente terminado».

La cuestión es que el Saber no ocupa lugar por lo mismo que la pulsión no tiene objeto; y es que la pulsión es tan inabarcable por el objeto como por el Saber. Siendo la Ciencia una rama más del árbol de la sabiduría, no será despectivo -sino descriptivo- decir que la Ciencia es tan parcial como lo es el objeto para la pulsión. Colina lo dice así: «Si por algo podemos identificar al sujeto y a la locura es por su capacidad para escapar de la reducción científica».

La que siempre ha estado a la altura de nuestras preguntas es la literatura, quizás porque como dicen Faulkner y Javier Marías, la literatura es como una cerilla que encendida en medio de la noche, sirve para ver un poco mejor cuánta oscuridad hay a nuestro alrededor. Hoy viene como anillo al dedo el pequeño tratado que escribió sobre la melancolía que sufrió el escritor norteamericano William Styron, y que tituló, curiosamente, Esa visible oscuridad. Allí nos dice que a sus 60 años sintió el viento del ala de la locura por el duelo incompleto que arrastraba por una aflicción precoz: la muerte de su madre cuando tenía 13 años. Este es el Saber del paciente: «Hay un elemento psicológico que ha quedado establecido allende toda duda razonable, y es el concepto de pérdida»... y no precisamente de serotonina. «Buena parte de la literatura psiquiátrica disponible acerca de la depresión es de un jovial optimismo, y no escatima las garantías de que casi todos los estados depresivos se estabilizarán o contrarrestarán sólo con que se acierte a encontrar el antidepresivo oportuno. (...) Cuando por primera vez tuve conciencia de que era presa del mal, sentí la necesidad entre otras cosas de formular una enérgica protesta contra la palabra depresión. La depresión, como bien pocos ignoran, solía conocerse por el término melancholía, una palabra que aparece en inglés ya en el año 1303. (...) Melancolía es una palabra muchísimo más apta y sugerente para las formas más funestas del trastorno; pero fue suplantada por un sustantivo de tonalidad blanda y carente de toda prestancia y gravedad, empleado indistintamente para describir un bajón en la economía o una hondonada en el terreno, un auténtico comodín léxico para designar una enfermedad tan seria e importante. Acaso el científico a quien generalmente se tiene por culpable de su uso corriente en los tiempos modernos, un miembro de la Johns Hopkins Medical School justamente venerado –el psiquiatra Adolf Meyer, nacido en Suiza- no tuviera muy buen oído para los ritmos más delicados del inglés y, por tanto, no se percatara del daño semántico que infligía al proponer depression como nombre descriptivo de tan temible y violenta enfermedad. Como quiera que sea, por espacio de más de setenta y cinco años la palabra se ha deslizado anodinamente por el lenguaje como una babosa, dejando escasa huella de su intrínseca malevolencia e impidiendo, por su misma insipidez, un conocimiento general de la horrible intensidad del mal cuando escapa de todo control». Styron lo tiene muy claro y así nos lo transmite: «Nuestra quizá comprensible necesidad moderna de embotar los dentados filos de tantas afecciones de las que somos herederos nos ha llevado a desterrar los ásperos vocablos antiguos: casa de orates, manicomio, insania, melancolía, lunático, locura. Pero no se dude jamás que la depresión, en su forma extrema, es locura».

Pareciera ser que si los diagnósticos no pueden ser científicos tienen que ser políticos: tanto monta, monta tanto, que sea porque lo dice la mayoría o por el ordeno y mando de los que primero inventan el remedio y luego la enfermedad. Si no pueden ser científicos, no hace falta que sean políticos; los diagnósticos pueden seguir siendo clínicos. Para que no acabe en manos de la policía científica, mejor que la psicopatología vuelva a ser exclusivamente clínica.

22/2/12

Mulatis Mutandis

Aprovechando un receso en mis lios de estas horas, os mando, chavalines, la segunda parte del texto que envié para subir al blog de la otra psiquiatria. Espero vuestra opinión sincera, no política, y que si considerais que es una escoria o que me meto en un problemilla para variar con todo Dios, o no lo considerais adecuado, pues que hagais lo que estimeis oportuno. Abrazos.


MULATIS MUTANDIS

Como soy persona que respeta sus compromisos, incluso aquellos que establezco conmigo mismo, aquí van los serios inconvenientes que tiene, a mi modo de ver, para todos los actores implicados, el explicar una realidad tan compleja como la locura, desde un nivel de análisis tan básico y desresponsabilizador como el bioquímico y/o médico.

Hablaba hace poco con uno de los mejores psicólogos que conozco, D. Fernando Fuentes, sobre la importancia de la honestidad en la relación con los otros significativos, y que habría que alejar el modo de hacer político y a los políticos de esto que hemos llamado salud mental, y/o enfermedad mental. Estábamos de acuerdo en que seguramente es en y por la política en la vida familiar, que se desencadena la locura. A un hijo o hija, se le falta el respeto desde que se le trata políticamente.

Acabo de caer en la cuenta de que no les he explicado eso que D. Fernando y yo llamamos política o actuar políticamente, así que tampoco, probablemente, puedan entender a que le llamo faltar el respeto. Actuar de forma política, lo entendemos como decir las cosas de forma que las intenciones no queden expuestas. Es un modo de hablar siempre con una intencionalidad oculta, y claramente estratégico. Es una falta de respeto desde el momento en que se trata al otro como un medio para un fin, sea este fin mas o menos concreto, desde puntuar lo mas alto posible en una carrera imaginaria hacia el premio al mejor padre o la mejor madre del mundo, hasta el beneficio económico. En el trato político no se piden las cosas de forma directa y clara, de tal forma que el que hace la política además se queda con la impresión de que controla el mundo y de que es capaz de modificarlo a su antojo, sin contar con que posiblemente hubiera conseguido lo mismo en el mismo o menor tiempo, simplemente pidiéndolo. Haley en “Las tácticas de poder de Jesucristo” afirmaba que un buen esquizofrénico conseguía que sus padres dejaran de discutir en un instante, manifestando síntomas, puesto que entonces los dos se ponían a cuidarlo (1). De forma intencional o no, este es un modo estratégico de actuar sobre el mundo, que seguramente es aprendido en el ámbito doméstico, en la cotidianidad.

A mi modo de ver, sobra la política en la psiquiatría y en la psicología. Se trata con los intereses familiares, en vez de tratar con los del paciente, sin caer en la cuenta de que en teoría deben de ser los mismos. El miedo a caer mal, a que se hable mal de la intervención, el corporativismo, el temor a convertirse en un paria dentro de un gremio con mas o menos prestigio, hace que las intervenciones se encaminen en muchos casos a preservar el propio estatus y a perpetuar situaciones y estatus ajenos, contrarios al interés del paciente.

La política es importante, fundamental en muchísimos ámbitos de la vida, pero desde luego, cuando se trata de las distancias cortas, del tu a tu con las personas cercanas, hay que dejarla, siempre bajo mi punto de vista, al margen, puesto que se falta el respeto al otro, al tratarle como un objeto a manipular para conseguir un fin. Y el otro, de una forma o de otra lo nota, y precisamente el problema es en que forma lo nota, y como lo manifiesta.

No puedo dejar de ver continuamente una maniobra política en el discurso biologicista, puesto que ya saben todos ustedes que ese discurso nada tiene que ver con los hechos o con la ciencia. Por tanto, al daño causado al paciente o usuario por la política familiar, se suma el daño de la política profesional. El fin del discurso biologicista, que ya hemos dicho que no se basa en la ciencia, es vender su producto lo mejor posible. Y este fin se coordina de forma ideal con el de los profesionales que no quieren lidiar con un nivel de complejidad para el que no han sido preparados y que les llevaría a tener que bajar del pedestal de sabiduría, poder y conocimiento en el que les sitúa el dominio de la ciencia médica y/o psicológica. En definitiva, los profesionales que han sido formados exclusivamente en el discurso biológico/bioquímico/neurológico, no tienen que enfrentarse al brutal reciclaje que les aguardaría de tomar otra senda ideológica.

¿Es o no una maniobra política el discurso de que nadie es responsable de nada y todo ha sido resultado del padecimiento de una desgraciada afección física que además puede “tocarle” a cualquiera?. ¿Es o no es una maniobra política absolutamente magistral el conseguir desconectar los problemas de salud mental (que vaya usted a saber que es eso) de los problemas económicos, de los abusos, de las miserias y en suma de la vulnerabilidad social? (como explicaré mas adelante hay una variable mediadora en todas estas circunstancia que acabo de enumerar: uno mismo y sus decisiones).

Con anterioridad ya hablé de los beneficios para todos los actores implicados que tiene este modo de entender las cosas, de explicar y de conducirse. Me tocaba aquí hablar de los perjuicios y a ello voy.

El perjuicio para el profesional de la salud mental (q.v.u.a.s.q.e.e.) es la sensación continua y continuada de inutilidad. Una tensión que lo impregna todo, un malestar justo detrás de la nariz, en el fondo de la cara. Esa tensión, que en psicología llamamos disonancia, le llevará en el peor de los casos, a conducirse de forma dogmática, en ocasiones violenta. Atacará a los elementos perturbadores en su base, en su nombre, y en su naturaleza. Nunca a sus argumentos, puesto que sabe que no son mas que subterfugios. Apelará al bien del paciente o el usuario. Por supuesto al bien común, a la ciencia, prescindiendo de ella, y al orden. Esgrimirá su autoridad, su nivel de estudios, y su experiencia. Todo para tratar de sostener un edificio que a la mínima, se cae. Así pues utilizará un lenguaje opaco, incomprensible y utilizará los casos que supuestamente ha sanado como muestra de su razón y sus razones. El perjuicio es que vivirá con esa sensación perpetua, en posición defensiva para siempre. No se entenderá nunca mínimamente a si mismo, y por supuesto aún menos a los demás, puesto que esto no es posible a través de la química (un nivel de análisis totalmente distinto). Y eso es mucho perjuicio. Con suerte caerá en la cuenta de lo absurdo de pedirle responsabilidad a alguien (ya que se apelará a ella para según que cosas, como por ejemplo la adhesión al tratamiento) a quien previamente se ha desresponsabilizado de toda su vida pasada y futura. En esto, los hechos parecen darme la razón. No hay mas que estudiar las estadísticas de adicciones, trastornos psicológicos, y suicidios en las profesiones “psi”(2).

Los perjuicios para la familia del paciente o usuario tampoco son baladíes. Van a tener que ser responsables de lo que hace otra persona que en cualquier momento puede hacer cualquier cosa sin querer. Y esa persona además se hará responsable de unas cosas si y otras no, puesto que puede estar loco, pero en absoluto es tonto (a no ser que exista comorbilidad). Se hará responsable, por supuesto, de las cosas que le interesen (esto es absolutamente legítimo). Ya se ha ocupado el profesional de turno de dejarle claro que lo puede hacer. Por activa o por pasiva. Así que el sufrimiento familiar se incrementa a niveles insoportables, no solo por el estado del padeciente, sino por eso que tanto nos afecta a los humanos: el caos, lo impredecible. Una terrible sensación de que la vida propia ya no está en manos de uno, sino de alguien externo, que por mucho que se le quiera, no por eso, resulta menos insoportable. Se ha cambiado posible responsabilidad en el problema, por sufrimiento puro, duro, y eterno, con el agravante de que esa sensación de ser responsable en alguna medida del problema del padeciente no va a desaparecer por mucho que los profesionales lo intenten con su discurso (3).

He de reconocer, que los perjuicios menos graves son precisamente para aquellos que mas se lucran del discurso biologicista: las farmacéuticas. Claro, son entes abstractos, corporaciones donde la responsabilidad y también el sufrimiento, se diluye. El aumento de su falta de credibilidad se ve ampliamente compensada por su capacidad para la política. Peccata minuta. Además ya es sabido que el humano cuando siente desesperación se salta a la torera y con una facilidad pasmosa cualquier atisbo de razón. En eso radica su miseria y su grandeza.

Y por último, los perjuicios para el paciente o usuario son devastadores. Arrebatar la esperanza a una persona es muy complicado, ya que en el fondo sabe que es lo único que realmente tiene. Los argumentos biologicistas y su proceder tienen como resultado una lucha, en el mejor de los casos, por no perderla. Se trata de inculcarle a la persona que padece un defecto en la química cerebral que le lleva a hacer, sentir, ver, y oír cosas que le perturbarán durante el resto de su vida, y que le impedirán llevar una vida autónoma. Tendrá que renunciar a sus objetivos, puesto que el tratar de conseguirlos pueden llevar a mas tensión y por tanto a un nuevo desequilibrio. Tendrá que resignarse a los efectos secundarios del remedio administrado, que no podrá dejar de consumir, bajo la amenaza de un empeoramiento en su estado.
Es paradójico el que a una persona que no tiene o ha tenido ninguna responsabilidad sobre sus actos, de forma intermitente, se le exija responsabilidad. Por ejemplo a la hora de adherirse a los tratamientos. ¿Como se negocia con alguien no responsable que además recibe un subsidio por ello?. En ocasiones se realizan incluso pequeños chantajes del tipo “tienes que venir por aquí cada cierto tiempo y tomarte la medicación si quieres seguir en el piso tutelado....” o disfrutando de tal o cual prebenda. ¿Como se chantajea de esta forma a alguien que no tiene responsabilidad sobre lo que hace?. Esta es una realidad en nuestro país, cada día.
La ventaja del perdón porque se asume que nada de lo ocurrido es responsabilidad del protagonista de los hechos, será ámpliamente superada por los perjuicios, puesto que los otros ya no darán crédito a casi nada de lo que diga o haga la persona diagnosticada, y se dará por sentado el hecho de que tiene que adaptarse y asumir lo que ciertas personas juzguen como adecuado para su vida, durante el resto de ella. Como ven, se le va a pedir responsabilidad sobre algo, que se adapte y asuma, así que de una forma o de otra, nunca se puede prescindir del usuario o paciente, aunque en ocasiones se pretenda. Perdón, si es posible: cuando el ingreso es involuntario. He de decir llegado este punto, que el ingreso involuntario puede hacerse de forma honesta, o con absoluta deshonestidad. La forma honesta, a mi modo de ver consiste en, una vez mas, no hacer política, es decir, se informa a la persona que ingresa a la fuerza que se le ha forzado a ello para que deje de hacer esto o aquello que a los demás les supone un perjuicio o una amenaza. Obviamente la deshonesta consiste en decirle que es únicamente por su bien, porque está enfermo, y pretendemos curar.
Si podemos estar de acuerdo en que a las personas les afecta el hecho de tomar una medicación o un tratamiento, ya que se promueven significados que incluyen aquellos que tienen que ver con la autoimagen, imagínense el peso de un diagnóstico y un pronóstico como el que difunde el discurso biologicista, o un ingreso involuntario. ¿Será necesario otro ingreso involuntario para superar las secuelas del anterior ingreso involuntario?. Me acuerdo aquí de Hemingway cuando después de ser tratado con electrochoque afirmó que “era un buen remedio pero matamos al enfermo”.
Siempre me ha parecido que el paciente o usuario tiene el derecho o incluso, si me apuran, el deber de saltarse todas las expectativas de los profesionales, cuando discontinúan sus tratamientos, y tratan de seguir viviendo como la hacían hasta el momento del ingreso o del diagnóstico. La alternativa propuesta para sus vidas no resulta nada atractiva, y los efectos secundarios de todos los procedimientos aún menos. ¿Se puede afirmar con seguridad que el abandono del tratamiento supone un mayor deterioro físico cuando se vuelve a él?¿si la respuesta es afirmativa, pertenece a ese mismo tipo de afirmación que aseguraba que los psicofarmacos son neuroprotectores?. Cuando el paciente o usuario deja el tratamiento lo hace porque tiene mucho que ganar y muy poco que perder, por mucho que se le amenace. Además, haga lo que se haga, por mucha psicoeducación que se reciba, las personas siguen haciendo lo que quieren, y si sabemos que esto es así, me pregunto el motivo de que sabiendo que un altísimo porcentaje de pacientes van a abandonar la medicación, no se les explica la forma correcta de hacerlo llegado el caso (hay incluso una guía descargable en internet del proyecto Icarus (4)). Me recuerda cuando se pensaba que hablar con los hijos de los diferentes métodos anticonceptivos suponía hacer una apología del sexo. Como si de algunas cosas hubiera que hacer apología para que se produzcan. El delirio de control del humano es mayor aún que su estupidez (me incluyo puesto que creo ser miembro de la especie).
Y ya para terminar, la vuelta de tuerca final consistirá en construir un discurso personal donde la sociedad, los médicos, las empresas, la política, los padres y todo aquel que no sea él mismo, es responsable de lo que le ocurre. Esta victimización se producirá al calor de la huida, precisamente, del discurso biologicista, y siendo malo, desde luego, no es peor que la alternativa de quedarse anclado en él. Al menos, conducirá a la lucha, a la actividad, algo que será poco productivo a nivel personal, de no ir acompañado de una mayor conciencia de la propia responsabilidad en lo que sucede.
No he hablado aquí de los efectos indeseables de las pastillas psiquiatricas sobre la salud de los pacientes o usuarios, puesto que estoy convencido de que hay personas mucho mas preparadas que yo para hablar respecto a esto. Soy consciente de que todo lo que he dicho es en cierta forma arriesgado, por supuesto discutible y admite muchos matices en el mejor de los casos.  Me parece que no hay que ser profesional de este campo para rebatirlo ya que creo que son argumentos absolutamente llanos, simples y por tanto de fácil critica. A mi modo de ver, precisamente es lo que falla de forma escandalosa en el discurso biologicista (y por supuesto en otros), que saltándose un principio científico básico, como el de parsimonia (5), empieza por explicar un fenómeno de la forma mas compleja posible sin haber rebatido o falsado previamente explicaciones mucho mas sencillas, y por supuesto, de espaldas absolutamente, a los hechos.


NOTAS

  1. “Las tácticas de poder de Jesucristo y otros ensayos” Jay Haley (1991). Paidós Terapia Familiar.
  2. Un buen libro sobre el tema: “La vida personal del psicoterapeuta. El impacto de la práctica clínica en las emociones y vivencias del terapeuta”. Guy, James D. (1995). Paidós.
  3. Doy por sentado que los que me leen, saben diferenciar perfectamente la diferencia entre culpa y responsabilidad.
  4. Se puede saber mas sobre el proyecto Ícarus aquí: http://theicarusproject.net/GuiaReducciondelDanoDiscontinuaciondeDrogasPsiquiatricas
  5. El principio de parsimonia, tal vez más conocido como la "navaja de Ockham", es una aseveración que traducida en términos sencillos dice que de varias explicaciones posibles a un fenómeno o problema dado, la más sencilla es la que con toda probabilidad sería la correcta.

 
Jesús Castro Rodríguez
Psicólogo Especialista en Psicología Clínica

4/2/12

La Otra Psiquiatría (4)

A pesar de mi locura y de los múltiples diagnósticos con los que he sido etiquetado e identificado dentro del mundillo de la salud mental, mi condición como productor de Radio Nikosia me ha brindado la oportunidad de participar en multitud de ponencias, congresos, seminarios y radios abiertas (que serían algo parecido a la simulación de un programa de radio en directo y con público). De todas estas experiencias guardo cientos de recuerdos, la mayoría buenos o buenísimos –en equivalente proporción a los vínculos que se generaran con los miembros del público. Pero si hay algo que se repite, como mosca cojonera o victoria culé sobre el Real Madrid, es el momento en el que ante la crítica y reivindicación en defensa de los derechos de mi alocado colectivo, alguien me pregunta cómo debería ser la psiquiatría para que nada de esto ocurriera. Pregunta fácil y defensiva, que vendría a ser algo como ese manido: “muy bien, la cosa está fatal. ¿Pero tu qué propones?”  Desgraciadamente la crítica hoy en día –al menos en el mundo de la salud mental y en el de la economía- parece que predisponga a casi todos los presentes a tildar a uno de anti-sistema. Suerte que llegó el 15-M y algún sagaz propagandista (y “perro-flauta”) recordó a la masa que no es que seamos anti-sistema sino que es el sistema el que está contra nosotros.

Entre mis amigos psiquiatras los hay de todo tipo y, cuando nos reunimos, el tema de cómo mejorar el sistema para que los atentados contra los derechos presuntamente inalienables de todo individuo no se vean asaltados por ladrones de bata blanca con tanta reiteración como impunidad, parecería que nos une más que nos separa (sobre todo si se adereza el diálogo con unas cañas). Al final, después de muchas cañas siempre acabamos fantaseando con una revolución o, lo que viene a hacer lo mismo, arreglando el mundo.  Más allá de fantasías, y para que ningún profesional receloso me diagnostique de megalomanía, iré poquito a poco, entiendo que no vale la pena hablar por hablar – aunque gocemos tanto haciéndolo- y haré una serie de propuestas que más que relacionadas con la clínica, pienso que ahondan en lo que considero esencial en su práctica: la ÉTICA; así, en mayúsculas y esdrújulamente altisonante,  porque pienso que es algo de lo que se habla mucho, pero que a la hora de la verdad cuando uno coteja los discursos con los actos que se cometen cada día en los centros psiquiátricos españoles, me recuerdan aquello que dicen que dijo Lacan, pero que a lo que ya se refería Jesucristo: “que la palabra no sirve” y “que por sus obras les conoceréis”.

Propuesta número 1: Obligar -bajo mandato expreso del cargo que ocupa (sea docente, público, privado o colegiado)- a todos los profesionales de salud mental a pasar por el papel de pacientes, para que prueben su propia medicina y sepan que esto de la locura no es cosa de un cerebro malfuncionante y sus caprichosos neurotransmisores, ni tampoco un tema exclusivo de la relación que uno tuvo con mamá y papá, sino de cómo se transmite lo de dentro hacia afuera, máxime cuando lo de dentro esta encerrado en un cofre con siete cerrojos y la llave… ¿Dónde está la llave? En el fondo del mar de la memoria y ¡chim pum! A ver si con esto los dueños del saber dejan de proyectar sus mierdas –y disculpen la expresión- interiores sobre nosotros (ya sea en forma de pastillas, de condicionamiento o de transferencias contaminadas).

Propuesta número 2: Meter en una nave espacial todas las correas y mecanismos que se utilizan en las contenciones mecánicas y enviarlas a Marte (que por algo lleva el nombre del Dios de la guerra) ya que nosotros necesitamos mucha paz. Si alguien se escandaliza, le recuerdo que la ultima convención de la OMS sobre los derechos humanos de los llamados discapacitados nos ampara de lleno. Y dicho esto le encomiendo que entienda que si ya que existe la contención química porque este estado de derecho (derechoso y derechizante que ironizaría Cantinflas) no nos garantiza una contención emocional (rollo Soteria) como nos merecemos, le recuerdo que una vez drogados, dormidos y hundidos, con el pinchazo intramuscular de turno, las correas sólo sirven para que nos hagamos nuestras necesidades encima.

Propuesta numero 3: Aquí tenía pensado hablar sobre el T.A.I., pero como parece que por estos lares hay quorum no me quiero repetir. Paso a la numero 4.

Propuesta número 4: Si algún jefe de servicio impone normas sobre los pacientes como desnudarles ante un miembro del equipo, cacheos, obligación de cambiar de vestuario, y cosas así, que el resto del equipo le recuerde que un psiquiátrico no debe parecerse a una cárcel; porque estas normas alienantes y carcelarias siguen la misma perversa y errónea idea de que si pasas por el aro y te sometes te rehabilitas. Esto no pasa ni en las cárceles ni en los psiquiátricos, así que un poquito de coherencia con el cargo no iría mal.

Propuesta numero 5: Como decía Marta Osorio en Farmacrticxs: esto no es Suecia. Coño! Y creo que Marta estaría de acuerdo conmigo… !Que lo sea, o al menos que se parezca¡ Si a la primera de cambio nos dan neurolépticos, la desestructuración del discurso y del imaginario se puede acelerar en muchísimos casos, con el consecuente: no hay vuelta atrás. Que estas pastillas no son caramelos de goma y sabéis tan bien como yo que pueden generar tantos síntomas como los que se intentan paliar. Un poquito de esfuerzo y de fe en el ser humano por parte de los profesionales no iría mal. Ya no pido humildad, para no que no me digáis que pido imposibles….

Propuesta numero 6: A diferencia de Jose Valdecasas y Amaia Vispe, autores de otro post y coautores de un recomendable blog, yo pienso que uno se puede aprovechar de las farmacéuticas. Sin ir mas lejos éstas que subvencionan el congreso nacional de enfermería me van a pagar mi participación como ponente. Sera la primera vez –os lo digo como consumidor de Risperidona en depot- que Janssen hace algo que no sea darme por culo. Eso sí. Admiro a Valdecasas y a Vispe y aún a riesgo de ponerme en plan jesuita, más vale prevenir que caer en la tentación. Sobre todo cuando es el culo de los demás el que está en juego.

Propuesta numero 7 : Pegado de aquí.

Lo que se les dice a las personas, cuando se les dice que tienen una enfermedad mental Desafortunadamente, la mayoría de personas que han sido etiquetadas como enfermos mentales, han escuchado un conjunto de frases pesimistas, que interfieren en su proceso de recobrar sus vidas definitivamente. Hay que contrarrestar estas frases para que el proceso pueda avanzar.
Modelo Médico de Rehabilitación
Modelo de Empoderamiento

“eres un enfermo mental”
“estás experimentando una angustia emocional severa, que interfiere con tu vida en la comunidad”

“tu enfermedad mental es causada por un desorden cerebral genético o químico”

“tu angustia se debe a una combinación de pérdidas, traumas y carencia de apoyos”

“tu desorden es permanente”
“puedes recobrar tu vida definitivamente”
“no debes trabajar hasta que no tengas ningún síntoma”
“empieza a trabajar en algo significativo tan pronto como puedas, ya que el trabajo nos
ayuda a recobrar nuestras vidas definitivamente”

“debes tomar medicamentos por el resto de tu vida”
“puede ser que encuentres que los medicamentos te ayudan mientras estás aprendiendo destrezas para cuidar de ti mismo y maneras alternativas de recobrar tu vida definitivamente después de esta severa angustia emocional”

“deberás permanecer bajo el cuidado de profesionales por el resto de tu vida”

“podrás lograr que tu apoyo principal sean tus pares y amigos, en lugar de los profesionales de la salud”

“eres tu enfermedad”
“sigues siendo completamente humano”

“como resultado de tu enfermedad, no eres capaz de expresar tus sentimientos
o formar relaciones personales”

“estás experimentando sentimientos tan extremos que sientes que no es seguro
expresarlos. Con el tiempo te sentirás los suficientemente seguro para comprender tus
sentimientos y los de los otros y formar relaciones personales cercanas”

“no tienes ni los derechos ni las responsabilidades de los otros”

“no has perdido ninguno de tus derechos
civiles”

“eres más peligroso que otros en la sociedad”

“no eres más peligroso que cualquier otro miembro de la comunidad”

“no puedes tener una pareja ni hijos”
“puedes tener una pareja e hijos una vez hayas adelantado en el proceso de recobrar tu vida definitivamente” 


 Raul Velasco. Diagnosticado.



24/1/12

Otra Psiquiatría (3)

GENÉTICA Y ENFERMEDAD MENTAL

La psiquiatría actual, en su mayor parte, presume de ser biológica. Seguidora de un paradigma biológico (bio-comercial, decimos algunos), que no es en realidad tal, sino más bien neuroquímico y neurogenético. La vida mental humana, sana o enferma, se reduce, pues, a una cuestión de receptores sinápticos, neurotransmisores y genes que los determinan. Y es esta cuestión de la relación entre los hallazgos genéticos y las (llamadas) enfermedades mentales de lo que intentaremos hablar en esta entrada.

Digamos antes de nada que nosotros no creemos en entes inmateriales (alma, espíritu o como queramos llamarlos) como gobernantes o directores del cuerpo material. El ser humano es materia y nada más (ni nada menos) y no tenemos noticia de que nadie haya demostrado otra cosa. Luego esa materia, a nivel corporal y, concretamente, cerebral, puede tener como propiedad emergente lo mental, pero que no dejaría de ser una mera manifestación de lo físico. Como recurrente analogía, citaremos otra vez el ejemplo de la Tierra y la gravedad. Ésta es una propiedad plenamente material y física, aunque no se encuentra su esencia cavando en la tierra ni se explica la misma por la composición geológica del planeta.

El ser humano, material pues, se construye a partir de un código genético. Dicho código, diferente para cada individuo (excepto en los casos de gemelos homocigóticos), proporciona las instrucciones para la síntesis proteica a través de la cual el organismo posee una serie de características. No sólo referentes al aspecto físico o composición orgánica, sino a predisposiciones a diferentes eventos vitales (considerados morbosos o no) y, como decían ya los antiguos, un cierto temperamento. Como opinará probablemente cualquier persona que haya tenido hijos, cada bebé tiene una cierta forma de ser desde el minuto uno del nacimiento (y posiblemente también antes). Y conste que no pretendemos restar ni un ápice de importancia a factores como la educación, la crianza o las relaciones familiares. Precisamente porque creemos que estos factores son a su vez determinantes en el desarrollo de la persona es por lo que los gemelos idénticos (iguales genéticamente al 100%), luego no son iguales al 100% ni físicamente ni, si se nos permite la palabra, psíquicamente. Por ejemplo, los estudios más defensores del papel genético de la esquizofrenia no llegan a una concordancia del 50% para gemelos homocigóticos.

Así pues, tenemos una carga genética que determina una serie de características a nivel físico y, posiblemente, psíquico, entendidas como temperamento. Ya que, en nuestra opinión, dicho temperamento basal nada tiene que ver con almas o espíritus inmateriales, sino con la organización corporal y cerebral de ese organismo, ordenada por su estructura genética. Luego vendrá la vida, a hacer y deshacer, pero siempre sobre la base de lo que es dado ya en el nacimiento.

El paradigma biológico en Psiquiatría defiende una causalidad biológica para las enfermedades mentales (la defiende, pero aún no la ha encontrado, salvo que recurra a la trampa habitual de mezclar enfermedades neurológicas con psiquiátricas y cite la demencia, el Parkinson o la neurosífilis...). Y, en muchos casos, se busca dicha causalidad a nivel de hallazgos genéticos en poblaciones de pacientes (ya que los neurotransmisores ya no dan más de sí y no hay forma de mantener la hipótesis dopaminérgica si pensamos en la clozapina o la hipótesis serotoninérgica si ha caducado al patente del Prozac y hay que promocionar los duales...). Es decir, parece que el pensamiento psiquiátrico biológico viene a ser: demostremos un origen genético de tal enfermedad y habremos demostrado la causalidad biológica, y por lo tanto la existencia, de dicha enfermedad biológica.

El argumento vendría a ser así:

1.- Tenemos pacientes a los que diagnosticamos la enfermedad mental X.

2.- Estudiamos su código genético en comparación con pacientes con otras enfermedades y con controles (ya saben que todos, todos, todos, los estudios científicos actuales en psiquiatría son tan metodológicamente correctos como esto).

3.- Encontramos que hay un gen, o un grupo de ellos, que se asocia con los pacientes y no con los grupos controles (también sería importante que dicha asociación existiera en un porcentaje amplio de pacientes, para no dar pábulo a estudios vergonzosos como éste).

4.- Por lo tanto, la enfermedad está causada genéticamente, es de naturaleza biológica, y quien defienda lo contrario es un antipsiquiatra sin redención.

El problema es que este argumento, desde el punto de vista lógico, es tramposo.

Y la trampa está en que en ninguno de sus pasos se ha demostrado que la entidad X sea realmente una enfermedad. Porque tal demostración es imposible, ya que los genes son entidades biológicas, pero las enfermedades son constructos socioculturales (basados o no en determinadas características biológicas). Desde un punto de vista epistemológico, no puede demostrarse que algo sea una enfermedad porque tenga o deje de tener un origen genético.

El concepto de enfermedad es sumamente problemático y ya alguna vez hablamos acerca de ello. En líneas generales, se podría aceptar que enfermedad sería aquella condición biológica que ocasiona una disminución en la calidad o cantidad de vida, o diversos tipos de molestias, dolores, malestares o repercusiones. Por ejemplo, el sarampión es una enfermedad, porque ocasiona unos síntomas, un riesgo de complicaciones y se debe a un agente infeccioso. Y por parte de muchos psiquiatras infantiles (curioso doble significado, por cierto), el TDAH es una enfermedad, porque ocasiona unos síntomas, un riesgo de complicaciones y se debe a una predisposición genética.

Pero esta analogía también es tramposa, porque el sarampión produce síntomas objetivables con independencia del contexto sociocultural, como fiebre, erupción cutánea, etc. Mientras que el conjunto de síntomas que llamamos TDAH se consideran enfermedad en los manuales de psiquiatría de 2011, pero no están recogidos en ningún apartado de manuales de psiquiatría de los años 70, como el de Ajuriaguerra o el Compendio de Psiquiatría de Kaplan de 1975. Es decir, el TDAH se conceptualiza como enfermedad por una determinada cultura (y, como todo en la vida, en base a determinados intereses, conscientes e inconscientes, por parte de los múltiples agentes involucrados), pero tal conceptualización es una condición a priori no demostrada por medio de ningún dato objetivo (como serían la fiebre o las lesiones cutáneas en el sarampión). Cuando éramos pequeños disfrutábamos leyendo las aventuras de Zipi y Zape, que eran dos niños muy traviesos que hacían la vida imposible a sus padres y maestros. Hoy en día los dos tendrían un diagnóstico de TDAH, un certificado de discapacidad y un tratamiento crónico con psicoestimulantes y posiblemente neurolépticos.

Y, según el paradigma médico, la enfermedad debe ser una condición biológica. Es decir, un proceso biológico con una causa biológica. O llegaríamos a absurdos tales como considerar la pobreza o la exclusión social, tan dañinas por otra parte, como enfermedades (o bien a considerar enfermedades constructos tales como el oposicionismo o la antisocialidad...). Pero, evidentemente, no toda condición biológico con causa biológica (genética o no) es una enfermedad. El hecho biológico es objeto de la ciencia natural, pero el acto de definir un hecho biológico como enfermedad o no, es un acto cultural, objeto por tanto de las ciencias sociales.

En este orden de cosas, el razonamiento desde los puestos de la psiquiatría biológica es que, si encuentran la causa genética del TDAH (cosa que no se ha hecho, aunque algunos lo vayan anunciando antes de tiempo) o de cualquier otra enfermedad mental (cosa que tampoco se ha hecho), ello demostraría de hecho la existencia de dicha enfermedad.

Pero este razonamiento es mentira.

Porque encontrar la causa genética de algo no demuestra en absoluto que ese algo sea una enfermedad.

Ser pelirrojo implica poseer determinado patrón genético y se hereda de forma clara. Pero ser pelirrojo no es una enfermedad.

El código genético implica una determinada configuración en el organismo humano. A lo mejor, implica que si cambia una base en el DNA, se sintetizará la hemoglobina con un aminoácido diferente y los glóbulos rojos tendrán una forma distinta que provocará su rotura en los vasos, con la consiguiente anemia falciforme. Está determinada genéticamente. Pero que sea una enfermedad no viene demostrado por su causa genética sino por el hecho clínico de que la cifra de hemoglobina disminuye y ello supone una serie de síntomas y riesgos físicos.

El código genético implica una determinada configuración en el organismo humano. A lo mejor, implica un temperamento más exaltado e inquieto, más tendencia a la distraibilidad (por no hablar del sin duda clave papel que la educación del niño y sus circunstancias sociales y familiares juegan en todo ello). Pero si encontramos un gen o varios que determinan ese temperamento, ello en absoluto demuestra que tal temperamento sea una enfermedad, Es nuestra cultura la que escoge que los niños deben estar quietos y atendiendo para no ser considerados enfermos (pero no demasiado, o les consideraremos depresivos). Y para lograr esa socialización, por otra parte imprescindible en el ser humano, se escoge la desrresponsabilización de todos: niños, padres, maestros y sanitarios... Mal camino, nos parece. Hace poco, el Ministerio de Sanidad nos obsequió con la noticia de que uno de cada cinco niños y adolescentes de este país era un enfermo mental necesitado de tratamiento. Entendemos que la campaña por la creación de la especialidad de psiquiatría infantil está en su apogeo pero aún así, tal noticia, sin datos de ningún estudio epidemiológico que la avale ni remotamente, nos parece no sólo falsa y absurda, sino directamente dañina para la opinión pública y la sociedad que poco a poco (o mucho a mucho) vamos creando entre todos. Conseguiremos acabar con el estigma de la enfermedad mental sólo al precio de ser todos enfermos y estar ya todos bajo tratamiento.

Pero volvamos al tema de hoy, que el cabreo nos hace dispersarnos...

Hay hechos biológicos de origen no genético que se consideran enfermedades, como el sarampión.

Hay hechos biológicos de origen genético que se consideran enfermedades, como la anemia falciforme.

Hay condiciones genéticas que son consideradas enfermedades, como la corea de Huntington.

Hay condiciones genéticas que no son consideradas enfermedades, como el hecho de ser pelirrojo.

Una cosa es que un determinado evento sea de origen genético, lo cual sólo puede ser cierto o falso, y otra cosa es que tal evento sea considerado una enfermedad, lo cual está sujeto a opinión y a cambio, según la evolución de una determinada cultura. Por ejemplo, hoy en día mucha gente defiende la no consideración del síndrome de Down como una enfermedad, sino como una diferencia frente al patrón común. Pero nadie discute su origen genético.

En fin, que a la hora de hacer ciencia (cosa que creemos importante, aunque luego nos acusen de antipsiquiatras) hay que saber un poquito de epistemología y diferenciar niveles. Porque si no, identificamos genética con enfermedad y podemos acabar medicando a los pelirrojos por considerarles enfermos, ya que tienen un patrón genético como causa de su diferencia...

No hace tanto tiempo que los psiquiatras considerábamos una enfermedad a la masturbación y enfermos a los homosexuales, o sea que esto del constructo de enfermedad a lo mejor no va a ser algo tan fiable como nos gustaría creer...


Jose Valdecasas
Amaia Vispe